jueves, 26 de enero de 2012
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Él ya sabía que ella era una chica con los labios besados, que era demasiado loca y divertida para él, que se podía derrumbar de un momento a otro pero que en menos de una décima de segundo le daba una venada de felicidad que le cambiaba el día. Sabía que ella no le tenía miedo a la vida porque había aprendido a reírse de ella. Que si lloraba era porque quería, no porque la hubiesen hecho daño. Sabía que tenía miedo a las alturas porque más de una vez había estado a tres metros sobre el cielo y había acabado por estrellarse contra el suelo, que sus sueños se habían roto mil veces y ella había dedicado noches enteras en unir los pedazos. Que nada ni nadie consiguió nunca borrarle esa sonrisa perfecta de la cara. Sabía que era todo lo contrario a él, que ella era como las locuras de los sábados noche y él como las frías tardes de domingo, que ella ni si quiera se preocupaba de su presente y el vivía pensando en su futuro y recordando su pasado, él era el sur y ella hacía mucho que había perdido el norte, y aunque lo sabía, allí estaba él, mirándola como un idiota, enamorado de ella hasta las trancas.
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